Si la semana pasada os hablábamos del chayote en esta ocasión queremos rendir homenaje a las acelgas. Nosotros somos absolutos devotos de esta quenopodiácea y rara es la semana que no la incluimos en alguno de nuestros platos.
Al parecer hay unas 1.400 especies de plantas emparentadas con las acelgas y como ejemplo os diremos que las espinacas o la remolacha de mesa también son quenopodiáceas.
Podemos disfrutar de las acelgas durante todo el año aunque nosotros preferimos dejar de cultivarlas cuando se acercan los calores veraniegos porque las altas temperaturas afectan a las hojas. Quizás las acelgas mas comunes sean las de hoja verde o amarilla pero siempre que encontramos otras variedades le encontramos sitio en el huerto. De esta manera, actualmente tenemos plantadas verdes de penca blanca, verdes de penca amarilla, verdes de penca rosa, verdes de penca roja, amarillas de penca blanca y, probablemente nos dejemos alguna mas.
La acelga es una verdura con cantidades insignificantes de hidratos de carbono, proteínas y grasas, dado que su mayor peso se lo debe a su elevado contenido en agua. Constituye un alimento rico en nutrientes reguladores, como ciertas vitaminas, sales minerales y fibra. Es una de las verduras más abundantes en folatos (vitamina que debe su nombre del latín folium, hoja), con cantidades sobresalientes de beta-caroteno (provitamina A) y discretas de vitamina C. El mineral más abundante con diferencia es el potasio. Sin embargo, esta verdura destaca respecto al resto por su mayor contenido en magnesio, sodio (responsable en parte de su marcado sabor), yodo, hierro y calcio.
Los usos culinarios que podemos dar a las acelgas son ilimitados dada su versatilidad. Así podemos encontrarlas en arroces (como la receta de esta semana), en sopas, potajes, ensaladas, rehogadas con ajo, con bechamel, rellenas, rebozadas, en tortillas…
Esperamos que las disfrutéis tanto como nosotros porque, a partir de ahora, empieza su temporada grande.